
Despertamos a la orilla del mar bajo un sol brillante y un cielo completamente despejado, envueltos por el graznido de las gaviotas y el chocar de las olas. A esos sonidos pronto se suman las primeras notas musicales de RiME de la mano de un melancólico violonchelo junto a un piano. Y así, con la misma suavidad con la que nos acompañará todo el juego, aparece la partitura de David García.
Desarrollado por Tequila Works, RiME llegó en mayo de 2017 a un mercado repleto de títulos ambiciosos donde el objetivo principal es ofrecer cuanto más, mejor: desde la interfaz de usuario más completa y flexible posible, pasando por el apartado gráfico cada vez más exigente, y terminando con la casi obligatoria rejugabilidad. Aterrizando en medio de semejantes títulos, habría sido fácil pasar desapercibido, pero RiME tenía un objetivo muy distinto a sus compañeros de sector: nos quería hacer sentir su historia como si fuera nuestra.
En RiME encontramos un juego sutil desarrollado en base a lo explícitamente necesario para su propósito. Su interfaz vacía, lejos de confundir, nos instiga a ayudar a contar una historia. Con un toque al joystick pasamos de jugadores a espectadores interactivos, ayudando a un niño a avanzar por una isla desconocida mientras su capa roja baila con un viento que casi podemos sentir desde nuestro salón.
No tenemos mapa, ni tutoriales ni equipo. La única herramienta de nuestro protagonista es su voz, que varía entre gritos, cánticos, expresiones y melodías murmuradas, y tiene la doble función de situarnos en sus emociones y activar los mecanismos necesarios para avanzar por sus puzles.
Sin narración, diálogo ni contexto, el completo peso de la historia recae en el entorno y en la música, que es uno de los platos fuertes del título. David García nos guía por esta aventura con sus melodías a través de una narrativa que no tiene ni necesita palabras. La historia progresa basada en la curiosidad de un niño que quiere explorar el lugar en el que se encuentra, y la banda sonora es su primer compañero en esta aventura y nuestro principal narrador.
Rodeados por edificios de blanco prístino y un sol abrasador, es la música la que nos indica que hay un trasfondo dramático en la historia que nos está contando. Las primeras piezas son dulces y transmiten la inocencia del niño con el que viajamos, pero todas y cada una de ellas tienen un elemento melancólico. Esto es lo que hace que desde un primer momento el jugador empatice y vea más allá de los puzles que conforman la mecánica del juego.
Haciendo uso de cortinillas musicales y secciones completas de viento mientras manipulamos orbes de luz con la única herramienta del niño (su voz), empezamos a percibir el toque onírico de la aventura. La música, tan calmada y elegante, nos permite resolver puzles con un sosiego rara vez experimentado en un videojuego, y responde con auges cautivadores en respuesta a cada pequeña acción en la dirección correcta, haciendo de las notas un personaje tan presente dentro de la narrativa como el zorro que guía a nuestro protagonista.
Esta sensación de que la música no está de fondo sino que acompaña se incrementa con detalles como que la función de canto del niño se compagine con la melodía que suena, como sería durante la visualmente hermosa secuencia del laberinto oscuro.
Es por estos detalles que puede afirmarse que RiME no sólo tiene una banda sonora preciosa, sino que es uno de los elementos narrativos más importantes dentro de la aventura, abriendo al espectador a las sensaciones necesarias para comprender el mundo en el que se encuentra y prestar atención a los detalles visuales extendidos en el mismo.
David García hizo un trabajo exquisito creando temas conmovedores que perfectamente sustituyen cualquier diálogo y haciendo a las piezas madurar a la vez que nuestro personaje avanza y comprende, siendo un complemento magnífico en la progresión de la historia.
Y es que si bien se puede disfrutar de la banda sonora de RiME sin contexto alguno, es durante el propio juego que se enriquece y se disfruta en todo su esplendor. La música sin duda aporta una gran mejora a la experiencia del juego, el cual por supuesto no es perfecto. Un jugador avezado que busque más que experimentar una historia echará de menos detalles como un selector de dificultad (que implicaría puzles y mapas de escalada más complicados), o una cantidad mayor de coleccionables, ya que aún con una agradecida rejugabilidad, continúa siendo un desafío pequeño con una baja inversión de horas. También lamentablemente sufre en cuestión a rendimiento en sus mapas más grandes, donde la consola tiene problemas manteniendo la tasa de fotogramas por segundo.
Sin embargo, en un mercado donde tendemos a fijarnos más en las características de desarrollo de un videojuego, RiME es un perfecto ejemplo de la importancia de las bandas sonoras en el arte de contar una historia visual.
Y por ello, sin importar el tipo de videojuego que habitualmente consumáis, RiME merece la pena ser experimentada.
Gracias a Tequila Works por facilitarnos una copia del juego para ps4.
Podéis haceros con el juego en Amazon, una manera de apoyar pasivamente a la web. En PS4, tanto en su edición básica, como en su edición coleccionista (¡que incluye el disco con la banda sonora!). También en Nintendo Switch y Xbox One.
¿Qué os ha parecido mi primer artículo con Peli o Manta? ¡Quiero leeros en los comentarios!