
La séptima temporada de Juego de tronos (Game of Thrones) ha mejorado a las anteriores en CGI, banda sonora, montaje, dirección de fotografía, coreografías de batalla, planificación de las escenas de acción, … Pero algo ha sido diferente, más allá de las mejoras que ha tenido en el apartado visual. ¿O no ha habido algo en esta temporada que no terminaba de cuadrar, que nos ha hecho apretar los dientes por su falta de coherencia? No estamos descubriendo el pan de ajo. Desde el final de la séptima temporada se han vertido ríos de tinta divagando sobre el desafortunado declive de la calidad de la serie, ya sea por el agujereado queso gruyere que tiene por trama (¿qué plan tenía el Rey de la Noche para cruzar el muro si no capturaban a Viserion?), la flagrante falta de consistencia espacio-temporal, o un avance argumental que está forzado y apresurado. Por encima de esto, en el writer’s room de Game of Thrones se han cometido dos pecados capitales: se ha jugado con la coherencia interna de los personajes y ha sido habitual la falta de consecuencias. Personajes relegados a un papel que no es más que la cáscara de sus antiguos “yo”; otros obligados a actuar de formas que contradicen quienes son para poder manufacturar un poco de conflicto; y otros simplemente escritos en situaciones imposibles de superar que por supuesto han superado sin pagar ningún tributo, sin cambiar ni crecer como personajes. Todo esto, y especialmente lo último, supone una traición absoluta al espíritu de Juego de tronos: una narrativa que siempre había castigado de forma justa los errores de sus personajes.
Antes de continuar: no estamos buscando que los fanáticos de la serie se enfaden. Este artículo no está escrito desde el odio. Criticar Juego de tronos no nos produce ningún tipo de alegría catártica. Al contrario: sólo expresamos el descontento con una serie de la que nos enamoramos y de la que nos hemos desenamorado. A todos nos ha pasado alguna vez. Por desgracia, las series que mejoran a medida que avanzan sus temporadas pueden contarse con los dedos de las manos, ya sea por la dificultad que supone crear un nuevo escalón dramático para cada temporada sin que la narrativa global o la temática se vean afectadas, o porque la creación de un drama serializado de estos calibres siempre termina con concesiones inevitables. Una serie dura muchas horas (cuando esta termine a finales de 2019, será un viaje de más de sesenta horas), cosa que ayuda a la inversión del público en los mundos y personajes, pero es una arma de doble filo cuando se trata de entregar un final satisfactorio: lo primero que suele sacrificarse es la lógica, y los deus ex machina y las casualidades se convierten en lugares comunes dentro de la narrativa.
Trama vs personaje
Simplificando un poco, una historia puede avanzar o por la trama o por el personaje. Por la trama significa que la acción externa es lo que hace que la historia avance (como en Los cazafantasmas (Ghostbusters, 1984), Tiburón (Jaws, 1975), o El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941)), y por el personaje significa que las decisiones del personaje son lo que hace que la historia avance (como en Lost in translation (2001), Doce hombres sin piedad (Twelve Angry Men, 1957) o Pozos de ambición (There will be blood, 2007)): eso no significa que las historias que avanzan por el personaje no tengan trama, solo significa que los conflictos no sonarán a “los monstruos nos atacan”, sino que sonarán más a “mis elecciones me han llevado hasta aquí”. Tampoco significa que las historias que avanzan por trama no tengan personajes, sólo que estos son intercambiables. Frodo es un personaje intercambiable, puesto que en El señor de los anillos (The Lord of The Rings, 2001-2003) las circunstancias están fuera de su control.
Y en las novelas de G. R. R. Martin, los personajes siempre movieron la trama y nunca al revés. Benioff y Weiss hicieron un trabajo de ensamblaje mastodóntico y lograron transformar esa narrativa puramente movida por los personajes de Canción de hielo y fuego en una que combinaba ambos factores: una red interconectada de decisiones que afectaban la trama combinada con ciertas concesiones al servicio de la historia. Hasta que se terminaron los libros que adaptar y G. R. R. Martin solo entregó a Benioff y Weiss algunas directrices y el final de la historia. Y las motivaciones de los personajes empezaron a ser doblegadas y estiradas para encajarlas dentro de la trama del momento. Game of Thrones siempre había sido una serie de personajes, en cuanto a que las decisiones de los personajes eran lo que solía ponerles en peligro y suponían la razón última de su muerte. Ahora tenemos a personajes estáticos dentro de su arco, solo al servicio de una trama que les mueve de un sitio para otro sin preocuparse de sus motivaciones, ambiciones y necesidades.
Invernalia
La trama más maltratada por estos acontecimientos es sin duda la de Arya y Sansa. La hermana mediana vuelve a Invernalia (Winterfell) después de más de cinco temporadas separada de su hogar, y se reúne de nuevo con Sansa, con la que comparte un bonito momento de fraternidad. Meñique (Littlefinger) mientras tanto, oliéndose el peligro que esta reunión supone para su posición de poder, empieza a plantar semillas de discordia entre las dos hermanas, que florecen cuando Arya amenaza a Sansa en el penúltimo episodio de la temporada. En un giro de los acontecimientos, resulta que Meñique era el que estaba en peligro: Arya y Sansa se han dado cuenta de su ardid, condenando a Meñique a morir por la misma daga con la que intentó asesinar a Bran varias temporadas atrás.
¡Qué gran jugada de las hermanas Stark! ¡Por fin Meñique se lleva su merecido por haber orquestado la muerte de tantos personajes queridos por la audiencia! Un momento… si Arya y Sansa conocían los planes de Meñique desde el principio e interpretaron un papel para poner a Meñique en una posición que les permitiera matarle, ¿por qué hay durante la temporada tantas escenas de conflicto entre ellas que Meñique no podía de ninguna de las maneras haber visto? Y si el caso es el contrario, que no estaban actuando y el conflicto entre ellas era real, esta subtrama aún tiene menos sentido: Arya negándose a creer que su hermana, la persona a la que vio gritar y agonizar durante la decapitación de su padre, no ha estado de luto el tiempo suficiente; o el extraño encuentro de las dos en referencia a la daga de Meñique en el 7×06, en el que la desconfianza de Arya sobre Sansa escala de sospecha velada a amenaza de muerte. Había una razón por la que el fandom esperaba con ganas este encuentro: las hermanas Stark han cambiado mucho, y el conflicto que los guionistas han manufacturado seguía allí si se le daba tiempo a emerger.
Sansa era al principio de la serie un personaje con una visión simplista del mundo, un cliché andante que abrazaba el tópico de las “cosas de chicas” de una sociedad heteropatriarcal. Ahora es Arya a la que parece faltarle contacto con la manera en la que funciona el mundo, puesto que años alejada de los castillos la ha mantenido ciega ante el “juego de tronos”. Así que entra en las reuniones de palacio con la sed de venganza de Cersei Lannister, y Sansa es la que tiene que poner los puntos sobre las íes y explicarle que la intimidación y las malas maneras no mantendrán intactas su alianzas. Las dos hermanas han conseguido imponerse a la estructura misógina de Poniente, pero las dos han tomado caminos diametralmente opuestos: caminos que ya estaban marcados desde el inicio de la serie. Juego de tronos es una gran serie cuando consigue explicar los dos puntos de vista de un enfrentamiento, incluso cuando uno de los dos es el equivocado (así nos ha hecho amar a personajes como Cersei). Y perder uno de los dos puntos de vista en la relación de las hermanas Stark significa perder la oportunidad de hablar sobre cuán peligroso es no saber reconocer el talento de alguien a quien nunca has sido capaz de entender, y encontrarnos en su lugar a un personaje irracional que solo sirve para ganar metraje hasta una reconciliación inevitable.
Otros ejemplos
Esta no ha sido la única trama afectada por los tejemanejes del writer’s room. Revestido por una armadura de un material mucho más duro que la obsidiana o el acero valyrio, la trama, Jon Snow sigue en caída libre desde que al final de la quinta temporada se le asesinara a sangre fría en el Castillo Negro para devolverle la vida dos capítulos más tarde. Un seguido de decisiones estúpidas le llevan a él y a seis personajes más al otro lado del muro. Pese a que tanto él como Tormund vieron al ejército de cien mil soldados muertos en Casa Austera, aún creen que es buena idea enfrentarse a él para capturar un zombie. ¿O es que quizás los guionistas necesitaban justificar el encuentro entre Daenerys, Tyrion, Jon y Cersei en Desembarco del Rey (King’s Landing) y crear un escenario en el que el Rey de la Noche pudiera matar a un dragón y sumarlo a su ejército? Tampoco es que el ejército de los no-muertos hiciera demasiada mella en el grupo de Jon. Bueno, sí, Thoros de Myr muere, así como varios extras sin diálogo que acompañan al grupo. Pero una secuencia que prometía acabar con varios personajes con el estilo de muertes emocionalmente dolorosas que siempre ha acompañado a la serie (Tormund está en peligro pero es salvado en el último momento, Jon está en peligro pero es salvado en el último momento, Jorah está en peligro pero es salvado en el último momento…) termina con todos los personajes vivos, ¡y la misión imposible cumplida!
Algo similar ocurre capítulos atrás con el asedio dothraki a las huestes Lannister. Los guionistas tenían plantada otra de esas muertes significativas: Bronn, nuestro querido Bronn, llevado por la codicia, se veía en medio del ataque de un dragón. Y Tyrion, su amigo, lo veía todo desde lo alto de una montaña. La serie tenía la oportunidad de pegarnos en los morros otra vez con la que ha sido su gran enseñanza: las vulnerabilidades se pagan. Pero Bronn salta de la trayectoria de Drogon y se salva. Y luego salva a Jamie tirándole al agua. Juego de Tronos nunca ha dado al espectador lo que quería: daba a los personajes lo que se merecían. Ned Stark no aceptaba jugar al juego de tronos en los términos de los demás personajes, y perdía la cabeza por ello. La sed de venganza de Oberyn le convertía en un personaje vulnerable. La falta de respeto de Rob a Walder Frey significaba perder a la mitad de la familia Stark. Ningún espectador deseaba la muerte de Hodor: era un daño colateral del aprendizaje de Bran. Por Dios, antes los personajes no sobrevivían a un juicio (menos Tyrion, que era experto) o una boda: ahora sobreviven al ataque de un dragón y al de un ejército de zombies.
Y es que los guionistas, además de atontar a todos los personajes, han empezado a ser perezosos. No podemos terminar el artículo sin recordar la trama romántica alrededor de Jon y Daenerys: una trama que se ha empujado a la fuerza a través de nuestras gargantas esperando una reacción emocional. Jon y Daenerys mantienen a lo largo de la temporada varias conversaciones en las que ella le pide a él que hinque rodilla. Luego, Davos, o Tyrion, o Missandei le dicen a Daenerys que Jon le ha hecho ojitos, y tenemos que aceptar que ahora están enamorados. Las cosas en narrativa no funcionan así. Además: hemos visto esas escenas. No hay ojitos.
Recapitulando
Así, trama tras trama, los guionistas han ido dejando paso a las más aburridas convenciones del género fantástico: el triunfo del bien, la derrota del mal, y los héroes abriéndose paso por batallas en las que, aunque las probabilidades estén en su contra, siempre se encuentra el camino a la victoria. Convenciones de las que Juego de tronos siempre había huido. No es que secuencias como la pelea en el hielo contra el ejército de la muerte, la batalla de los Lannister contra los Dothraki o la caída del muro a manos (o garras) del Viserion zombie no sean emocionantes: es que la serie no se ha ganado esa emoción. Ese es el gran problema con la séptima temporada de Juego de Tronos: no se ha ganado nada. Los personajes no tienen que preocuparse por las distancias, simplemente llegan; los personajes actúan de forma estúpida no porque lo sean, sino para tener conflicto y batallas impresionantes; los personajes sobreviven a situaciones imposibles porque la serie nos quiere tener contentos, no porque sea posible sobrevivir; dos personajes se enamoran porque así se nos ha dicho.
Se nos ha situado en una tierra de nadie emocional, en un cierto esclavismo a su narrativa: seguiremos viendo Game of Thrones por lealtad a unos personajes por los que los guionistas consiguieron hacernos sentir verdadera empatía. La séptima temporada ha sido la peor de la serie. Y aunque una sola temporada no desmerezca el trabajo de las primeras seis, si estos problemas siguen durante la octava y última temporada podría acabar desmereciéndolas. Deseamos que eso no ocurra.
¿Tienes otra visión respecto al rumbo que está tomando GoT? Te esperamos en los comentarios.