
Tras 2001: Una odisea en el espacio y Atraco perfecto, hablamos de Eyes Wide Shut, la siguiente película en nuestro #CicloKubrick. ¡Dentro análisis cinematográfico!
Aquí tenéis el tráiler en español.
Después de casi veinte años del estreno de Eyes Wide Shut en 1999, hemos tenido tiempo suficiente para apaciguar el desconcierto que causó, dividiendo a crítica y público, como ya había ocurrido con las obras anteriores de Stanley Kubrick. El director neoyorkino conseguía sorprender, desafiar y adelantarse a su época con cada una de sus películas. Efectivamente, tras varios visionados y una necesaria aproximación caleidoscópica al film en su intención, mensaje, técnica y simbología, Eyes Wide Shut se nos revela como una de las películas más interesantes, sugestivas y ambiciosas de todos los tiempos.
Kubrick tardó nueve años en rodar desde el estreno de su anterior film, La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, 1987), pero el relato en el que se basa Eyes Wide Shut había macerado en su mente, obsesionándolo, durante tres décadas: hablamos de la novela Relato soñado de Arthur Schnitzler, que finalmente consiguió rodar entre septiembre de 1996 y mayo de 1998. Un lapso de tiempo singularmente amplio desde su concepción hasta el montaje final, en cuyos últimos retoques Kubrick no pudo participar al fallecer antes de terminar el proceso.
La historia de una pareja en la Viena finiescular, envuelta en ensoñaciones, fantasías y celos, con la que Schnitzler cuestionaba los viejos valores tan arraigados que combatían a su vez contemporáneos como Zweig y Freud, se trasladó de la mano de Kubrick al Nueva York de finales de los noventa, protagonizada por un matrimonio de clase media-alta joven, atractivo y exitoso, con su reflejo paralelo en la vida real al ser encarnados por Nicole Kidman y Tom Cruise, pareja por aquel entonces.
Kubrick asume este planteamiento para desarrollar un relato sobre la intimidad de la pareja cuyo bienestar parece imperturbable, hasta que irrumpen los celos provocados por sus propias fantasías, punto de partida para que emprendan un viaje que oscila entre el sueño y la vigilia, y marcado por el deseo, el inconformismo, la culpabilidad o la infidelidad de pensamiento. Cierto es que el amor o la sexualidad fueron temas centrales de películas anteriores (el amor desnivelado en Barry Lyndon (1975), el desviado en Lolita (1962)): pero los fantasmas surgidos del amor «recíproco» supusieron un elemento inédito en su fimografía.
Eyes Wide Shut se presta a infinidad de interpretaciones a medida que uno pretende abarcar su complejidad no tanto argumental, sino simbólica o iconográfica. No es extraño que hayan surgido diversas teorías en artículos, estudios o tesis, con la pretensión de demostrar que el film podría ser una metáfora de un mensaje mucho más profundo, más allá de su interpretación onírico-freudiana, ya de por sí compleja. Estas teorías tienden a focalizar el mensaje del film en terrenos como el político, el social, el esotérico o el de las relaciones de poder. Y quizá a ninguna de ellas le falte parte de razón.
El título ya nos sumerge en el mundo onírico, pues el juego de palabras que compone podría traducirse como «ojos cerrados de par en par»: un indicativo de que al cerrar los ojos, los abrimos al sueño, atentos al inconsciente y a nuestro interior. En las primeras imágenes del film, entre dos fundidos a negro que podrían sugerir un parpadeo, vemos a Kidman desnudarse, escena que nos presenta la importancia que tendrá el sexo en la historia.
Los personajes protagonistas tienen tratamientos diferentes: la ya de por sí superioridad interpretativa de Kidman es más que evidente al percatarnos de que su personaje (Alice) contiene una profundidad psicológica considerablemente mayor a la de su marido Bill, cuando este presenta una caracterización más plana y una conducta previsible hacia los acontecimientos. Es la mujer la que revela sus fantasías, pues las de su marido (las de los hombres) ya se dan por sentadas y, desvelándolas, exhibe a su vez la cara siniestra de lo que es íntimo en la pareja, convirtiéndose para Bill en una repetitiva escenificación de la que no se puede librar.
Aunque la mirada de la película es masculina, la voz femenina se oye más, es la que rompe la estabilidad al estar conectada con su inconsciente: tiene más peso lo que Alice insinua o sueña que la aparente secuencia real de hechos que Bill protagonizará durante las noches siguientes. Estos hechos se presentan encadenados y repetitivos, con episodios de carácter sexual en los que Bill no llegará a participar, siendo interrumpido en numerosas ocasiones como si se le fuera despertando de pequeños lapsos de sueño. El viaje es cada vez más onírico, hasta llegar a la secuencia de la orgía, culminante descenso a los infiernos en el que un travelling subjetivo por la mansión nos evidenciará el deseo sexual de Bill personificado en una serie de mujeres enmascaradas que parecen la misma y se parecen, a su vez, a Alice.
Bill acabará confesando este suceso como paralelismo a la confesión inicial de Alice. En la escena final, los protagonistas parecen haber adquirido un «aprendizaje» tras lo ocurrido, y su conversación cierra el círculo entorno al sexo: la propuesta de Alice a Bill para silenciar las voces ilusorias que les consumen por los celos del otro, es la de «follar». Esta conclusión podría entenderse como una defensa, por parte de Kubrick, de la importancia de la sexualidad conyugal, con la pretensión de conseguir más bien una reflexión y no tanto una moraleja: la fidelidad física se presenta como un valor, mientras que los impulsos del inconsciente son los que, durante la historia, marcan la tensión narrativa sin necesidad de haber una infidelidad real.
Por ello, Eyes Wide Shut no es una película sobre el sexo, sino más bien sobre el matrimonio y la fidelidad; pero sí nos muestra el papel del sexo en una sociedad hedonista y poco ética, en la que parece que el dinero puede comprarlo todo (véase Bill sacando su cartera en todo momento). Esta visión conecta con la interpretación del film en su vertiente política como un reflejo de las tensiones entre las fuerzas de poder, y de los diferentes escalones de la pirámide social en los que Bill se cuela en sus episodios nocturnos.
En el film hay elementos repetitivos, más o menos evidentes al espectador, que juegan un papel crucial. Uno de ellos son los colores: se aprecia un notable contraste causado por la saturación del color entre los interiores cálidos y el azul nocturno que inunda las ventanas en muchísimas secuencias. En el gran piso de lujo de los Harford, repleto de cuadros de Christiane Kubrick, el rojo predomina notablemente, así como en muchos otros momentos de la película, representando la sensualidad, la agresividad, la tentación y el sexo; en contraposición con el azul, que tiene que ver con la pureza, la seguridad y la inocencia. También se repite el motivo del arco iris, que se prolonga en las luces de Navidad presentes en casi todos los espacios incrementando la atmósfera onírica; o las máscaras, símbolos del poder y de la ambigüedad de identidades.
El trabajo milimétrico de Kubrick en Eyes Wide Shut consiste en decidir qué debe ir revelándonos en cada plano y en qué grado: nada es azaroso en la puesta en escena y la mayoría de los elementos tienen una gran carga simbólica. Su mayor logro es conseguir que esta complejidad se nos pase por alto en una aparente simplificación de los medios utilizados: el estilo de Kubrick, como siempre, es elegante, conciso y majestuoso, con planos acertados y certeros que pueden dar la impresión de una cierta «frialdad» formal.
Con Eyes Wide Shut, Kubrick consigue transmitir un mensaje apabullante aunque con claroscuros, mediante una factura impecable y un ritmo calculado al extremo. Director obsesivamente perfeccionista y de ritmos lentos, tanto en su trabajo como en el compás de sus películas, era partidario de dejar respirar las historias e ideas para sacar lo mejor de ellas: sin prisas por conseguir el resultado deseado, sabía que en el trabajo dedicado está la perfección o, si esta no existe, lo que más se le acerca.