
Tras 2001: Una odisea en el espacio, os traemos un nuevo filme en nuestro #CicloKubrick. Atraco Perfecto, de la cual tenéis aquí su tráiler.
Cuando uno rememora Atraco perfecto (The Killing, 1956) es habitual que lo primero que le venga a la cabeza sea la famosa secuencia final. Con The Killing, Stanley Kubrick conseguía, por primera vez, lo que se convertiría en una tónica en sus películas posteriores: grabarnos a fuego alguna de sus escenas y empaparnos de su particular atmósfera.
Sus dos primeras películas, Fear and Desire (1953) y El beso del asesino (Killer’s Kiss, 1955), le habían servido como campo de pruebas y primera incursión en el cine bélico y negro, respectivamente. Con ninguna de ellas consiguió el éxito: Fear and Desire obtuvo alguna buena crítica, pero Killer’s Kiss supuso un fracaso.
Tras ese bache, Kubrick tuvo la oportunidad de conocer a James B. Harris, productor con el que fundaría la Harris-Kubrick Pictures e iniciaría el rodaje de Atraco perfecto, su tercer film y apuesta de lleno en el género de cine negro, atreviéndose incluso a homenajear la gran La jungla de asfalto (The asphalt jungle, 1950), de John Huston, rodada seis años antes.
Muchos advirtieron este homenaje considerándolo un simple plagio, y en su estreno en 1956 pasó desapercibida para el público y la mayor parte de la crítica. Pasados los años, los críticos la rescatarían, alabando su visionario metraje y equiparando la figura de Kubrick con la de Orson Welles. Kubrick volvería a colaborar posteriormente con Harris en Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957) y Lolita (1962).
El punto de partida del guion es una novela de Lionel White, que Jim Thompson, afamado escritor de novela negra, y el propio Kubrick adaptaron para narrar la historia de un complejo y preciso plan para saquear la oficina de apuestas de un hipódromo, orquestado por el exconvicto Johnny Clay (Sterlig Hayden) y su equipo de colaboradores. Un punto de partida típico del género, que se materializaría tras una renovada y moderna visión del mismo.
La película tiene un halo de modernidad potenciado por su fotografía, de la mano de Lucien Ballard (colaborador de Preminger o Peckinpah) en un blanco y negro altamente contrastado, y con la que se juega astutamente con los puntos de luz para destacar elementos en el encuadre y potenciar, incluso, algunos mensajes simbólicos. El casi constante fondo musical de jazz de Gerald Fried es otro de los elementos que tiñen de modernidad la cinta, otorgándole un ritmo sin pausa y perfectamente acompasado con la narración.
El público no pierde detalle mientras recompone todas las piezas del engranaje narrativo, que constituiría una propuesta absolutamente novedosa para la época, a pesar de que nuestro ojo de espectador actual esté ya plenamente acostumbrado a ello. Se trata de una narración y posterior montaje fragmentados a base de saltos temporales hacia adelante y hacia atrás, para encajar los puntos de vista de cada personaje, que se solapan y recomponen mientras una voz en off acompaña las acciones.
Kubrick pretendía mostrarnos, de la manera más realista posible, las andanzas de un grupo de delincuentes. Nos presenta a cada personaje en su contexto como un ciudadano corriente y víctima de sus circunstancias, argumentando de este modo las razones de su implicación en el plan.
Uno de los grandes aciertos del film es el elenco actoral. Aparte de Sterling Hayden, muy popular en la época (casualmente había protagonizado también La jungla de asfalto), los demás eran actores poco conocidos, favoreciendo el poder identificarlos como personas anónimas en su cometido. Kubrick exprime de sus rostros interpretaciones naturalistas y llenas de expresividad: difícilmente olvidamos la angustia de Elisha Cook o el semblante frívolo de Marie Windsor.
Kubrick se aleja del plano moral: aquí no hay ni buenos ni malos, sino distintos niveles de implicación y perspectiva. Los héroes son a la vez delincuentes y víctimas de los demás. El autoengaño, el fracaso, la codicia y la traición (estos últimos, fruto directo del factor femenino) tienen su momento en la historia para evidenciarnos lo imperfecto de un plan en apariencia inexpugnable, pero que deberá someterse a una serie de arbitrariedades, ya sean voluntarias o caprichosas.
Pocos finales producen tanto desasosiego como el de Atraco perfecto. Nos debatimos entre el deseo de triunfo para el protagonista y una cierta intuición de que cualquier elemento del juego puede resultar fatal. La secuencia entera es un compendio de elementos azarosamente fatídicos que desembocan al fracaso: la maleta, la señora, el perro, el torbellino de billetes, etc. Hayden se rinde al absoluto abandono y se entrega a los dos oficiales que se acercan parsimoniosamente a él (y a nosotros), sabiendo que nada puede hacer para evitar su final. Y así nos lo confirman los créditos.
Atraco Perfecto es una apuesta total por la modernidad y la innovación, por su laborioso trabajo de narración y montaje, un fresco trabajo fotográfico y musical, y por su presentación atípicamente amoral de sus personajes. Para muchos, sobre todo para los defensores del Kubrick más primerizo, sigue siendo una de sus obras más logradas, honestas y mejor hilvanadas.
Puede gustar más o menos, pero los puntos fuertes de The Killing son irrebatibles. Y supone el pistoletazo de salida de una carrera en la que la genialidad y la experimentación de Kubrick darían como resultado una obra cumbre en cada género cinematográfico.