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[CRÍTICA] BLONDE, DE ANDREW DOMINIK

¡Cómo nos bombardearon antes del estreno de Blonde! Que si el acento de Ana de Armas, que si los desnudos, que si las opiniones de Brad Pitt, que si las fotos recreadas… Todo para mantenernos expectantes, todo encaminado para que Blonde fuera la película más esperada del año. Y, una vez estrenada, llegaron las verdaderas polémicas, con una acusada polaridad de opiniones. Tanto ruido mediático, fruto de una agresiva campaña de marketing, no le ha hecho ningún favor al filme de Andrew Dominik, pues la presentó como lo que no era: una película para todo el mundo.

LAS PRESENTACIONES | BLONDE

Desde el inicio de su visionado, sin saber todavía qué derroteros tomará, sospechamos que Blonde no es un biopic común sobre la figura de Marilyn Monroe. Hay un punto experimental. Hay alteraciones de formato que subrayan la intensidad emocional de la película. Un hilo musical aparentemente sencillo, abstracto e intenso. Un ritmo pausado y medido, como el de un ave que decide caminar, un ritmo tejido con cuidado para que ninguna escena se volatilice.

Y sí, al poco, quedamos rendidos, sumergidos, sabiendo que no todo el mundo tomará la de Dominik como una propuesta formal -ni de contenido- válida. Acusándolo, entre otras cosas, de utilizar los recursos de manera azarosa, apabullante o sin sentido. Si no se entra en el juego, no hay nada que hacer.

LAS MARAVILLAS

Toda la factura formal de Blonde roza la perfección. La fotografía de Chayse Irvin -una de las más bellas que hemos podido ver en los últimos años-, nos obsequia con imágenes casi palpables. Realza justo lo pretendido, sin artificiosidad y a partir de los documentos fotográficos que se conservan de la actriz. No se teme cambiar del blanco y negro al color, pues la prioridad es la de respetar la imagen de Marilyn Monroe -o, en su defecto, del contexto- que guardamos fijado en el inconsciente.

Peli o Manta. Blonde. Recreacion

Con el trabajo de fotografía y encuadre cuidados al milímetro, nos parece estar ante los documentos primarios, las fotografías originales de la actriz justo acabadas de tomar. Se consigue tanta presencia “física” de los actores que el espacio que les rodea parece modelado a partir de los cuerpos. Los planos tienen densidad. La cámara obedece a la intención de cada momento: nunca hay encuadre, plano o secuencia gratuitos.

Los diálogos, con su pátina literaria a la vez que cinematográfica de la época, aportan la atemporalidad que -pensamos- tan bien casa con la factura. Y qué decir de la música, bella y áspera, de Nick Cave y Warren Ellis. Destacamos el tema Bright horses, que ya pudimos escuchar en el quebrador álbum de Cave “Ghosteen”, y que augura la pérdida del hijo.

No solo Ana de Armas resulta espléndida en Blonde, con una interpretación y caracterización sobresalientes. Además del innegable parecido físico, De Armas consigue lo primordial: captar y reproducir el aura de Marilyn. Pero también nos maravillan las interpretaciones de Lily Fisher (la pequeña Norma Jeane), Julianne Nicholson (la madre), Bobby Cannavale (Joe DiMaggio) o Adrien Brody (Arthur Miller), uno de los mejores actores en la actualidad.

LAS RECREACIONES

Hay toda una línea de biopics cuyo afán es claramente desmitificador, con la intención de despojar al personaje retratado de su halo mágico. Véase la Camille Claudel de Juliette Binoche (Bruno Dumont, 2013). Aunque, claro, quizá no hay mito reciente comparable al de Marilyn. A pesar de que Blonde transita por la desmitificación, en realidad se encuentra más en la línea de otro biopic singularísimo: I’m not there (Todd Haynes, 2007), que se ocupó de la figura de Bob Dylan. Ambos son ejercicios reinterpretativos del mito que, en vez de apartarlo o negarlo, lo acogen, analizan y reinterpretan al servicio de la historia o de la intención de la misma.

Peli o Manta. Blonde. Seven Year

En realidad, Blonde no solo se sirve del mito, sino que lo recrea con una minuciosidad pasmosa. Escenas de películas como Gentlemen prefer blondes (Howard Hawks, 1955) o Some like it hot (Billy Wilder, 1963) se recrean (o reviven, más bien) sin mácula, insertado el rostro de Ana de Armas en las cintas originales. Pero lo que en un principio parecía una tarea para deleite de melancólicos y/o mitómanos -¿cuántas veces y desde cuántas perspectivas vemos ondear la falda blanca de The Seven Year Itch (Billy Wilder, 1955)?-, resulta ser un juego para dar la vuelta a todo ese arsenal de imágenes: para evidenciar la manera en que todos, casi sin excepción, las hemos consumido.

Al preferir representar la Marilyn sumida en la perdición, Blonde podría haber prescindido de todas estas escenas tan conocidas (y quizá habría funcionado, pero estaríamos hablando de otra película). En vez de eso, las toma, las pule hasta la perfección y nos las ofrece, para después acentuar la emoción subyacente. Recrea una ilusión para, posteriormente, romper el espejismo con su otra cara; la de quien, en realidad, sufre con cada sacrificio que debe hacer.

LA VERDAD

Argumentalmente, Blonde parte de una novela, también en su momento polémica, de la magnífica escritora Joyce Carol Oates. Ese punto de partida, creemos, conviene dejarlo claro y patente: quizá habría sido acertado subrayar y no solo mencionar, al comienzo de la película, que los hechos narrados provienen de una ficción. Sin embargo, y teniendo esto en cuenta, aunque algunos episodios vitales relatados en Blonde se presupongan, se inventen o se sublimen, ¿difieren tanto, en esencia, de la realidad? ¿No fue notorio y constatable, el sufrimiento de Norma Jeane?

Peli o Manta. Blonde. Niagara

Cuando alguien como Carlos Boyero -imaginamos, bien conocedor del mito y sus sombras-, dice que la de Blonde “no es la Marilyn que él conocía, pues Marilyn irradiaba luz”, nos preguntamos por qué. Nos preguntamos si esas declaraciones, acaso, no dan la razón a la cinta de Dominik, constatando su encerrona para evidenciar, o bien cómo es de difícil descomponer un mito, o bien cómo es de difícil asumir que todos hemos participado de él.

Andrew Dominik dice que Blonde no es una narración, sino “una experiencia emocional”. Blonde es selectiva con lo que cuenta, sin que los saltos temporales queden aislados o fragmentados. Si la intención de Blonde es hablar de alguien que no consigue reconocerse en el personaje superficial y sexualizado que de ella se construye, si la intención es centrarse en el trauma, en la despersonalización, en la depresión y en el suicidio, ¿se puede hablar de exageración del drama, sabiendo lo mucho que en realidad sufrió Marilyn en tan poco tiempo?

Por supuesto que quedan muchos aspectos de Marilyn sin contar. Muchos episodios de su vida interesantes sin incluir, pero deberán contarse en otro filme. En Blonde no caben, porque la intención es otra y está perfectamente hilada con la historia. Mientras que un biopic al uso probablemente habría mostrado un descenso a los infiernos final y precipitado, Dominik prefiere no esconder sus intenciones, teñir de dolor desde el principio e ir in crescendo.

Peli o Manta. Blonde. Arthur

Hablando de la verdad y de biopics al uso, no podemos resistirnos a ejercer de abogados del diablo y preguntarnos cuánto hay de ficción -y que muchos tragan como verdadero-, en filmes como Bohemian Rhapsody (Bryan Singer, 2018) o Rocketman (Dexter Fletcher, 2019), recientes biopics casi “con el sello oficial” y cuyo propósito es absolutamente panfletario (y en el caso de Bohemian Rhapsody, insultantemente moralista). Después de películas como estas, ¿acaso nos creemos ya con la potestad de pedir biopics a la carta para que nos expongan tan solo lo que se corresponde con nuestras creencias?

LA PERSPECTIVA | BLONDE

Se ha hablado mucho sobre la perspectiva de Blonde. ¿Quién nos cuenta la historia? Si la película pretende desmitificar a Marilyn y exponer los abusos sufridos por Norma Jeane, pareciera lógico que ella nos la cuente, y no dudamos de que una película narrada desde su punto de vista podría haber sido interesante. Quizá muchos sentirían que se ha hecho justicia.

Peli o Manta. Blonde. Públic

Pero, decíamos, ¿quién nos cuenta los hechos? En ocasiones nos habla ella, sobre todo en la parte final. Pero en la mayoría de veces, quien narra no es Marilyn ni Norma Jeane. Blonde nos coloca en el lugar de alguien que es cómplice de su sufrimiento. De un abusador. Nos hace partícipes de la mitificación de su figura -como ya lo fuimos en el pasado-, pero ahora también de todas las consecuencias emocionales que el mito pudo acarrear.

Claro, si percibimos esta perspectiva a través de una primera y simple lectura, podría parecer que la cinta de Dominik no consigue recolocar la figura de Marilyn en lo que esperaríamos “justo para ella”, o incluso, que se “lucra con su sufrimiento”, como dicen tantos y tantas. Pero el filme va más allá: Blonde expone más que denuncia, pero no se trata de una exposición neutra de los hechos, sino que nos señala a nosotros, los espectadores. Nos conduce hacia el lugar mismo del culpable. Por ello, y por empatía hacia Norma Jeane, es tan difícil su visionado sin que la conciencia y la culpa nos pesen.

Mientras algunos perciben un recreo sádico, nosotros percibimos la intención de colocarnos en la más incómoda de las posturas: la de quien la sometió. Pero para advertirlo hay que adentrarse y dejarse llevar, hay que dejar el juicio en suspenso -cosa difícil hoy en día- para que reluzca después. O más difícil aún: hay que dejar que se nos señale, que se nos apunte justo hacia la parte oscura que todos y todas enmascaramos.

Peli o Manta. Blonde. Joe

Quizá, si Blonde provoca esta incomodidad, es porque está fabulosamente hecha. Aunque nos atreveremos a decir que, si fuera verdad que Dominik y su equipo no son más que sádicos que han querido lucrarse a costa del sufrimiento de Marilyn, aún así -que no lo es-, la película seguiría siendo impecable.

LA CONCLUSIÓN | BLONDE

Como bien sabemos, hay manifestaciones artísticas que se limitan a funcionar al servicio de lo que presuntamente el público desea, y mantenerlo entretenido. Y poco más. Las hay y seguirá habiendo. No es el caso de Blonde. También hay y habrá manifestaciones que, fruto del presente, pretenden dinamitar lo establecido, que sirven de necesaria denuncia pero que, aún así, «deben» encajarse en un modo de hacer polarizado y sin cabida a los matices; un modo de hacer desde lo que se considera aceptado, aunque sea por una minoría. Tampoco es el caso de Blonde.

Por último, hay manifestaciones que prefieren seguir otras vías y que, por ello, tienen un pie más allá de la contemporaneidad. Son las que consiguen adelantarse a nuestro tiempo o, más bien, mantenerse en una fina línea entre lo visionario y lo atemporal. Un arte que sortea lo evidente, que consigue que su discurso -incluída su denuncia- huya del panfleto para que se encarne en la contradicción, y que nos invita a vivirla, aunque sea para decidir, finalmente, que no nos gusta lo que vemos. En definitiva, que se atreve a escapar de lo políticamente correcto. Ese sí es el caso de Blonde.

Peli o Manta. Blonde. Audition

Blonde no es solo un ejercicio para visionar con calma. También para pensar en él con calma, con responsabilidad, con culpa incluso. Y para ir pensando la respuesta a la pregunta: ¿qué parte de Marilyn Monroe pensábamos que nos pertenecía?

Te golpearás el pecho con:

  • Las interpretaciones de Ana de Armas y Adrien Brody.
  • Lo hipnótico de su propuesta, si uno se deja atrapar.
  • Su efectividad con tan poco «pragmatismo».

Te golpearás la cabeza con:

  • Que los cambios de formato pueden abrumar si no se entra en el juego.
  • Que exige mucho más que una lectura superficial.

EL VEREDICTO:

Bananas cine. Peli o Manta. 5

Te recomendamos la critica de Vortex, lo último de Gaspar Noé, presentada en Atlàntida Film Fest 2022, y ya disponible en Filmin.

 

Laura Riera

De Palma. En proceso de aprendizaje y su contrario. Siempre a la búsqueda del cine (y cualquier forma de arte) que sacude perspectivas, conciencia y retina.

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