
Este viernes se estrena en cines españoles The Equalizer 2, secuela de la cinta del 2014 del mismo nombre y también dirigida por Antoine Fuqua y protagonizada por Denzel Washington. Si bien de sus antiguas colaboraciones, The Equalizer no era la mejor, sí que consiguió ser un entretenido thriller de acción sostenido sobre todo por la magnética presencia en pantalla de su estrella protagonista. Con la secuela, Fuqua y Washington vuelven a conseguir exactamente lo mismo.
Esta vez, los guionistas intentan basar el conflicto principal en un terreno más personal para el Robert McCall que interpreta Washington, con el incidente desencadenante de la acción siendo el asesinato de una persona próxima a él, y con múltiples alusiones a su también difunta esposa. Esta decisión, imaginamos, responde a un intento de humanizar a su personaje, y mientras que la película ciertamente lo consigue, probablemente no fuera extremadamente necesario. Parte de la fuerza de McCall en la primera entrega era ese carácter casi mítico que desprendía su personaje, y esa condición de ente intangible y misterioso se ve un tanto minada al intentar humanizarle. Sin embargo, tampoco se puede decir que perjudique gravemente la película.
En cuanto al ritmo de la misma, sí es cierto que la historia se toma su tiempo en ponerse en marcha, debido sobre todo a un par de subtramas que tienden más a ralentizar que a aportar algo interesante. No obstante, ninguna de ellas se hace particularmente pesada y al final se cierran satisfactoriamente, por lo que hacen poco más que retrasar la próxima escena de acción de McCall. Por otra parte, la trama principal opta esta vez por esconder la identidad del villano principal hasta la mitad de la cinta con la intención, suponemos, de introducir un giro sorprendente cuando por fin es revelada. No obstante, este es bastante predecible desde el principio, y no se puede decir que tenga mucho impacto. Aunque seguramente nadie vaya a ver The Equalizer 2 por sus sorprendentes giros narrativos, por lo que no va en detrimento de la película a escala global.
Lo que sí venimos a ver es a Denzel Washigton. Y en particular, a Denzel Washigton pegándose. Y es aquí donde la película obtiene sus mejores resultados. Si bien las secuencias de acción son más típicas de ese estilo ochentero en el que las coreografías se construyen a través del falseo del montaje y no gracias a la pericia física de su actor protagonista (una tendencia mucho más moderna observada en otros títulos recientes como John Wick o Atomic Blonde), sí que son en su mayor parte emocionantes e imaginativas. El uso que hace McCall de los distintos objetos a su disposición para utilizar como armas contra sus adversarios sigue siendo el principal atractivo de estas secuencias al igual que en la primera parte, y el gag del reloj que McCall emplea para cronometrar sus enfrentamientos físicos sigue dando excelentes resultados, sobre todo como forma de construir en el espectador la sensación de anticipación en los momentos previos a una escena de batalla.
Y lo que mantiene unidos todos estos elementos y hace compensar los puntos más débiles de la película, es la incomparable presencia de su actor protagonista. No podemos asegurar en qué punto en su carrera Washington pasó de ser un protagonista típico – guapo, atractivo y gracioso – para convertirse en el hombre apático, seco y físicamente descuidado que es ahora. Pero sí sabemos una cosa: qué agradecidos estamos de que lo hiciera. En su filmografía más reciente, Washington es una fuerza de la naturaleza puesta en pantalla, una presencia magnética de las que ya tanto carecemos en este panorama cinematográfico moderno. Washington atraviesa los planos de esta película desprendiendo cansancio, desinterés y despreocupación; pero en ningún momento es esto algo negativo en lo más mínimo. Todo lo contrario: esta dejadez dota a su personaje de esa cualidad casi mítica a la que hacíamos referencia al principio: McCall no se esfuerza en ningún momento más de lo necesario, porque él está por encima de todo lo que le acontece. Y lo que es más: él lo sabe. Esta actitud de exasperada soberbia atrapa al espectador, que realmente se cree que McCall es esta especie de figura sobrehumana, omnipotente y omnisciente, capaz al mismo tiempo de despachar una sala entera de mafiosos rusos, dar trascendentales consejos vitales a su joven vecino, o de decirle a un delincuente mientras le encañona con las puntas de dos pistolas “Soy tu papá, solo que tu mamá no te lo dijo.” La de Washington es una actuación digna de ser observada, propia de una verdadera estrella consciente de su propia presencia y bagaje profesional, y que demuestra toda una vida al frente de una cámara. Y ya solo por esto, la película merece ser vista.
De este modo, aunque The Equalizer 2 no es ninguna obra maestra – ni aspira a serlo – merece la pena perdonar sus intermitentes inconsistencias narrativas o sus esporádicos fallos rítmicos para poder ser testigos de la poderosa actuación de una magnética estrella en estado de gracia, capaz de mantener unidas las inconsistentes partes de una película imperfecta y elevarla por encima de sus limitadas posibilidades – todo a base de puro carisma. Gracias, Denzel.
Te golpearás el pecho con…
– Denzel Washington.
– Las coreografías imaginativas.
– El buen uso de técnicas de anticipación.
– Denzel Washington.
Te golpearás la cabeza con…
– Un par de subtramas un tanto irrelevantes.
– Un guion poco sorprendente.
– El falseo de coreografías mediante el montaje.